El proceso de enseñanza–aprendizaje debe estar en constante adaptación al entorno educativo que rodea al alumnado y, para ello, el docente debe ser capaz de saber dónde está y hacia dónde quiere ir con la finalidad de, por un lado, conservar lo bueno de la práctica que ya está utilizando y, por otro, alcanzar propuestas para poder transformar aquellos posibles puntos débiles o ineficientes en fortalezas.
La investigación-acción es un proceso gracias al cual el docente puede lograr la construcción o reconstrucción del saber pedagógico mediante la aplicación de un tipo de pensamiento que permite la autocrítica y el descubrimiento de las debilidades pedagógicas. De esta forma, este proceso se convierte en un mecanismo orientado al cambio y mejora educativa caracterizándose por, entre otros aspectos:
- Ser un proceso participativo, construyéndose desde y para la práctica.
- Pretender mejorar la práctica a través de su transformación directa.
- Demandar la participación de todas las personas implicadas en la mejora de sus propias prácticas.
- Exigir la colaboración en todas las fases del proceso de investigación-acción de todas las personas implicadas.
- Entrañar la realización de un análisis crítico de las situaciones.
Así pues, la investigación-acción se desarrolla según un modelo de espiral de ciclos sucesivos:
La utilidad de este método de investigación reside, principalmente, en ser una técnica que permite al profesional de la educación, desde la reflexión, analizar su propia práctica, buscando y aplicando técnicas y recursos metodológicos orientados a la mejora. Así pues, el proceso de investigación-acción dota al docente de métodos, técnicas y herramientas investigativas para transformar su quehacer profesional, lo que da lugar a que se generen actitudes reflexivas sobre la práctica docente con el fin de transformarla.
Este artículo es un extracto del original incluido en el segundo número de
Campus Educación Revista Digital Docente.
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