RDD-N28-Dicembre-2022

50 ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016 Nº 28 - DICIEMBRE 2022 Se calcula que más del 13% de los adolescentes de entre 10 y 19 años padecen algún tipo de trastorno mental, siendo la ansiedad y la depresión dos de los problemas más habituales en la población joven, representando alrededor del 40% de los casos problemáticos de salud mental (CSME, 2022). Del mismo modo, estos problemas se han visto agravados de forma irremediable tras los últimos acontecimientos relativos a la situación sanitaria mundial de los dos años anteriores. Toda esta situación de la, irónicamente idílica sociedad actual, viene originando un adormecimiento generalizado de las identidades individuales, las cuales se funden con el espectro de la generalidad que resta importancia al pleno desarrollo de la persona en su máxima exclusividad y autenticidad. Como si el propio bienestar no fuera merecedor de una atención plenamente consciente porque esa labor ya es gestionada y dirigida al grupo al que el sujeto independiente forma parte. Como si el crecimiento individual no reclamase la consideración que le corresponde para asegurar la supervivencia del colectivo de referencia. Junto a este panorama tan evolutivamente actualizado encontramos, además, una actitud superflua que, poco a poco, ha ido extendiéndose como una plaga hasta convertir a cada una de nuestras personalidades en amantes reaccionarios del materialismo desmedido, del placer capitalista y la satisfacción inmediata de deseos y caprichos, siempre enmarcados en el actual reino de la cantidad (Guénon, 1997). Lejos queda ya la contemplación, la introspección o la oración como sistemas de conexión con el aquí y el ahora; el hombre actual se ha convertido en una criatura del momento, que pretende buscar en esta vida el máximo gozo y desentenderse de la que vendrá, sin importarle cuestiones más trascendentales que sus propias necesidades, de modo que ha terminado por perder la significatividad individual de su propio ser y con ella, su capacidad sagrada para la comunicación con y en otros niveles que superan lo puramente terrenal. Es esta modernidad lo que ha supuesto la llegada de un tipo de hombre y de sociedad que no había existido hasta el momento y que, construido de espaldas a las ideas de trascendencia, esencia o sobrenaturalidad, no será ya una continuación de los siglos anteriores, sino una antítesis de estos (Rodríguez, 2020). Desde los albores de estos tiempos que corren se ha primado la apariencia a la realidad, la colectividad a la individualidad, y la diversidad a lo particular, tergiversando conceptos universales para emplearlos con fines propagandísticos ajustados a determinados propósitos políticos y económicos. Una mezcla de modas y cánones a los que pretender adaptarse que dan como resultado, lógica y rotundamente, una degradación hacia la unicidad del ser que ha perdido en este ciclo su verdadera esencia, al igual que las raíces que lo unen a los grados más superiores de la realidad metafísica. Tal vez sea parte del lógico devenir de nuestro tiempo y del desenlace natural que se espera de todos los ciclos cósmicos: la lucha entre la luz y las sombras que debe resolverse con la victoria de las tinieblas para dar paso al nuevo despertar. Pero, paralelamente, es en esta primitiva batalla en donde encontrar el pilar de apoyo para el arranque de la consiguiente catarsis que deberá acontecer y es necesaria para alentar el nacimiento de un tiempo nuevo. Durante estos últimos coletazos de la realidad tal y como la conocemos, preludio a un eminente resurgir, encontramos la posibilidad de emprender la nueva próxima etapa de la mejor forma posible, rompiendo con todo lo anterior que no ha hecho más que horadar el profundo significado de la existencia. Y el primer paso, que no se tendría que haber dejado de andar nunca, es reconectar al Figura 1. Grabado Flammarion, de Camille Flammarion, 1888 (extraído de Wikipedia)

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY1NTA=