RDD-N31-Septiembre-2023

19 ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016 Nº 31 - SEPTIEMBRE 2023 Empezando por lo fundamental, debemos matizar la obviedad de que los asustaniños se dedican a asustar a los niños. A diferencia de otros seres espectaculares, éstos tienen su función claramente establecida y cualquier ente que no se pueda dedicar, total o parcialmente, a la tan añeja labor de aterrorizar niños, no puede ser uno de ellos. Una náyade, un vampiro o un titán, por ejemplo, no son asustadores de niños porque nunca se relacionaron con esos quehaceres y, por norma general, su estampa no ha sido empleada para ello. Así es que el hecho de que los asustaniños se encuentren en el bando de los adultos se convierte en otra de sus características esenciales. Ellos juegan de parte de los mayores y parecen seguir sus instrucciones, estando siempre listos para reclamarlos si fuera preciso. Que se lo digan a las madres aliadas de la Paparresolla, una ogresa bastante popular en zonas burgalesas que tenía como profesión devorar niños, según lo recogido por Sebastián de Covarrubias ya en 1611. Las madres de los chiquillos, vecinas todas unas de otras, guardaban el pacto de hacer sonar, fingidamente, los resuellos de esta bicha para que fuesen oídos por los niños desde la habitación contigua en el momento justo en que la progenitora arreaba las reprimendas oportunas al zagal o zagala. Y de estos complots los niños sabían perfectamente. Esta comunicación con sujetos de todo tipo forma parte de la concepción mágica que del mundo tienen en un periodo determinado de su desarrollo, que les impide poner en entredicho que un engendro cualquiera haga aparición frente a sus ojos, a pesar de que nunca antes haya ocurrido. Esto nos lleva, además, a inferir que los asustadores son identidades que pueden ser reales o imaginarias, lo que da lugar a que cualquier personaje, sin comerlo ni beberlo, llegue a formar parte de este gremio si un adulto lo estima oportuno en un momento dado. El ejemplo que más sorprende es el caso del pobre escritor Miguel de Unamuno, que en algún momento de 1930 los papás y las mamás de Salamanca lo bautizaron como uno de los seres más oscuros, haciendo de él un auténtico asustachicos. Ciertamente, los asustadores reales corresponden a personajes históricos o figuras célebres que por una serie de mecanismos que no se conocen del todo se tornaron idóneos para ejercer el arte de asustar; véase el Tío Camuñas, el Duque de Alba, María Padilla, y un abultado etcétera. Los asustadores de ficción, en cambio, son monstruos creados con total intencionalidad para servir de advertencia ante lo que podía ocurrir si se incumplían determinados preceptos. Tenían un carácter ejemplificante, educativo y correctivo, y gracias a la turbación que su sola idea originaba eran capaces de conseguir logros que de otra forma parecían inconcebibles. Como vemos, los avezados padres siempre han tenido un as en la manga. Por otra parte, los asutadores de niños pueden estar especializados en distintos procedimientos, por decirlo de alguna manera. Están los que se limitan a asustar y cuya presencia intimidante causa pavor. En teoría, el poder de esta clase de asustacríos reside en la congoja que origina su encuentro con ellos, generalmente porque tienen fama de violentos, feos y pestilentes, pero nunca establecen contacto directo con el menor ni lo pretenden atacar. Los que sí se sabe que pueden contactar con los niños son aquellas criaturas que asustan porque se dedican específicamente a secuestrar, a devorar o, directamente, a matar. Evidentemente, los comedores y asesinos son los que más terror infunden; aunque nunca se haya tenido la desdicha de encontrarse con uno de ellos, el relato fantástico de otros que sí lo hicieron y sufrieron su ira es más que suficiente para no desear verlos ni en pintura. Los chupasangres, los recolectores de manteca, los descuartizadores… en definitiva, se puede apreciar cómo se reparten los quehaceres entre ellos, como buena hermandad. Para terminar, encontramos los asustadores ultraespecializados, aquellos que dan miedo porque se dedican a funciones muy concretas, como es el caso del Peladits, un ser que habita en Barcelona que tiene la manía de meter en vereda a los niños que no quieren bañarse. ¿Que cómo lo consigue? Pues les hace entrar en razón mediante una sesión de aseo a lo bestia que incluye, entre otras rutinas de belleza, quitar la roña del cuerpo con guijarros y esponjas de esparto que laceran la piel, y cepillar el pelo a base de fuertes tirones con peines fabricados a partir de cuchillas que consiguen arrancar la mitad de la cabellera, cuando no la propia cabeza (Prado, 2021). Esta improvisada clasificación nos sirve para matizar otro aspecto curioso, que es el hecho de que los asustaniños que desde aquí consideramos van a ser siempre entes con vida propia y de carácter antropófago, mayoritariamente. Es decir, que se trata de personajes con personalidad propia y atributos con los que logran una cierta humanización, salvando las distancias. Así pues, los separamos de otro tipo de “cosas” que hacen, a veces, las funciones de asutachicos en nuestro folclore, como puede ser la propia muerte, la luna o la noche. Sean como sean, los asustadores siempre dan miedo. Y es ese miedo la clave de su existencia, sobre todo para la mente de los más perceptivos y sensibles. El miedo y su pedagogía El miedo es uno de los sentimientos más poderosos por las emociones que provoca y por lo que gracias a él puede conseguirse. Ha sido empleado por quienes han gozado de autoridad y poder para conseguir los más variopintos objetivos, y ha funcionado como mecanismo de aprendizaje con el que, a la fuerza, manipular, doblegar y dominar, siempre mediante la presión ejercida con el más débil e indefenso. Las personas estamos repletas de miedos. Tenemos miedo a sufrir, al desengaño, al abandono. Tenemos miedo a

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