RDD-N31-Septiembre-2023

22 ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016 Nº 31 - SEPTIEMBRE 2023 ¡Que viene el Coco! El Coco viene de repente, es una de sus extraordinarias virtudes. Se encuentre donde se encuentre, si es llamado para poner en su sitio a los niños más revoltosillos, hará acto de presencia en un abrir y cerrar de ojos. El Coco llega si se le llama, así que no goza de ese factor sorpresa. El legado legendario nos dice que es uno de esos monstruos a los que hay que invocar, no de los que se encuentran camuflados bajo la escalera o la cama. El Coco acude para comernos o llevársenos si no se cumple con aquello que nos piden, siendo él mismo la advertencia o el gran castigo al que nos podemos exponer. El Coco está ahí, perpetuamente preparado y al acecho, como un fiel colaborador de los mayores listo para echar una mano con ese niño que no quiere terminarse la cena o con aquélla niña que considera que todavía no es la hora de dormir. Que el Coco se relacione con lo desconocido es más que evidente. El Coco da miedo, sí. Da miedo porque te come. Da miedo porque viene en cualquier momento y en cualquier lugar donde nos encontremos puede brotar. Aunque, sobre todo, da miedo porque nadie sabe cómo es. Por suerte o por desgracia, nadie lo ha podido ver y volver de una pieza para describirlo. Es este total anonimato en lo que respecta al aspecto físico la principal baza con la que cuenta el Coco para infundir verdadero pánico. Tal vez porque es tan pavorosa su apariencia que se torna inefable, o bien porque es tan horripilante que no puede compararse con ninguna cosa, humana o animal, ni de este ni de otros mundos. Sólo queda la imaginación de cada cual para darle forma, dotarlo de físico e imbuirle determinadas capacidades o poderes. Y, claro está, en la imaginación de los pequeños cualquier cosa es posible, y este Coco se puede convertir en algo mucho más letal y horroroso desde la concepción de un niño cualquiera que desde la mente del mismísimo Lovecraft (claro que el bueno de Howard no destacaba precisamente por sus excelsas descripciones). El gran Federico García Lorca, interesado siempre en la tradición, estudió muy de cerca nuestro folclore y, concretamente, todo lo relacionado con canciones de cuna, nanas y coplillas infantiles. Él ya explicó con gran maestría que el Coco figuraba como ese cajón desastre que vale a mayores y pequeños. La fuerza mágica del “coco” es precisamente su desdibujo. Nunca puede aparecer, aunque ronde las habitaciones. Y lo delicioso es que sigue desdibujado para todos. Se trata de una abstracción poética, y, por eso, el miedo que produce es un miedo cósmico, un miedo en el cual los sentidos no pueden poner sus límites salvadores, sus paredes objetivas que defienden, dentro del peligro, de otros peligros mayores, porque no tienen explicación posible. Pero no hay tampoco duda de que el niño lucha por representarse esa abstracción, y es muy frecuente que llame “cocos” a las formas extravagantes que a veces se encuentran en la Naturaleza (García Lorca, 1928). El Hombre del Saco Este personaje es un secuestrador, un raptor de niños que vagabundea por las calles oscuras al acecho de críos extraviados a los cuales asalta y se lleva presos en su gran jubón. Es la reencarnación del miedo a desaparecer y ser alejado de los seres queridos, coronándose como el rey del terror infantil para la gran mayoría de los chavales (Del Campo y Ruiz, 2015). Tradicionalmente, ha sido muy fácil para los adultos hacer creer a los pequeños en este personaje, ya que raro era el pueblo por el que no pasaban, de vez en cuando, forasteros cargados con algún fardo (De San Andrés, 2017). Eso, unido a la desconfianza que los foráneos han causado en los pueblos más pequeños y cerrados, asemejándolos al origen de todos los males y desgracias del lugar, contribuyó a la creación de una figura, mitad fantástica, mitad real, a la que propios y ajenos siempre han temido. A grandes rasgos, el Hombre del Saco se lleva a la fuerza a los niños pequeños sacándolos de sus casas o atrapándolos desprevenidos en callejuelas solitarias, dependiendo de cada versión. Suele actuar con nocturnidad y alevosía, y su particularidad está en que se lleva a sus víctimas a lugares indeterminados, al “país de irás y no volverás” de los cuentos infantiles que la mayor de las veces se entiende con el reino de la Parca. Muy posiblemente, el Hombre del Saco sea una mezcolanza de todos estos pobres hombres que a lo largo de la historia han sufrido el rechazo por buena parte de sus contemporáneos: extranjeros, inmigrantes, borrachos, mendigos, dementes, lisiados, ancianos… A pesar de ello, esta figura se alimenta de un buen poso de verdad. La personificación de esta pesadilla hunde sus raíces en sucesos verídicos, pues son de sobra conocidos los casos de secuestradores de niños que proliferaron a lo largo, sobre todo, de finales del siglo XIX y principios del XX. La figura de este Hombre Del Saco se funde y confunde con la del conocido Sacamantecas, pues según ciertos relatos, este pérfido personaje secuestraba niños para quitarles la vida y extraerles la grasa y la sangre con diversos fines. Pero, entendiendo que son dos representaciones diferentes, consideraremos desde aquí al Hombre Del Saco como la persona de carne y hueso que tiene predilección por secuestrar niños, dejando en una interrogación lo que con ellos después se dedica a hacer (que es de suponer que sea darles muerte); viendo, de otro lado, al Sacamantecas como otra variante de este tío con fardo que, tras raptar a un menor, lo descuartiza y lo desangra, extrayendo también el sebo para rituales, curación de enfermedades o elixir rejuvenecedor. El Sacamantecas Buena cuenta de la riqueza del castellano la dan todos los apelativos con los que se ha conocido a la figura del Sacamantecas: Sacasebos,

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