RDD-N31-Septiembre-2023

23 ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016 Nº 31 - SEPTIEMBRE 2023 Sacaúntos, Destripaor, Mantequero, Mantequillero, Sacapringues, el Tío del Sebo, el Tío del Saín, El Hombre del Unto… Hubo un tiempo en que se creía que la sangre y la grasa de personas jóvenes, en especial de mujeres y niños, tenía el poder de curar la tuberculosis, prolongar la juventud y mejorar notablemente la salud de las personas achacosas. Esta creencia, hoy disparatada, está ampliamente documentada, encontrando casos de gentes, sobre todo de clase alta que, a cambio de obtener los tan preciados ungüentos, pagaban a personas de escasos recursos para que actuasen como auténticos sicarios, dedicados a capturar y dar muerte a jóvenes inocentes. Debido a que es preciso el secuestro, a veces entre dos personas o más, para posteriormente extraer las vísceras y crear con ellas los mejunjes sanadores, el hombre de la grasa y el hombre del fardo han llegado, en los relatos, a fundirse en un solo criminal. A pesar de esto, los trágicos sucesos que se han dado en España relacionados con el rapto y secuestro de niños para quitarles el sebo han hecho que la prensa y los medios reconozcan a dos de los asesinos más famosos: de un lado, encontramos al verdadero Hombre del Saco, identificado con Francisco Leona y, de otro, al Sacamanetas histórico, Juan Díaz de Garayo (Pérez, 2016). Francisco Leona, alias El Hombre del Saco, fue quien aconsejó a Francisco Ortega, enfermo de tuberculosis en la Almería de 1910, que bebiera la sangre caliente de un muchacho joven mientras ésta iba emanando del cuerpo, y que se untara a su vez el pecho con sus mantecas. El infanticidio se perpetró a costa de la vida del pequeño Bernardo, de siete años de edad, y en él participaron varios desalmados, entre los que se encuentra, también, una vidente. Este caso pasó a la historia como el crimen de Gádor. Juan Díaz de Garayo, conocido ya por los medios como El Sacamantecas de Vitoria, fue un violador y asesino en serie que acabó con la vida de numerosas mujeres, niñas, jóvenes, ancianas, vagabundas y prostitutas. Buena parte de estos viles actos culminaban con la extracción de vísceras a través de escalofriantes mutilaciones. A pesar de identificar a los dos individuos como figuras distintas, comprendemos que los procedimientos fueron similares, en ambos casos estuvieron en juego diversas creencias relacionadas con los poderes curativos de las grasas y sangre humanas, y en las dos situaciones se vivió un halo de demencia y brutalidad que acabaron con la vida de muchos inocentes. Entre brujas y duendes A simple vista, los duendes parecen no responder, al menos directamente, a las funciones propias de los asustadores de niños que venimos comentado. No obstante, sí que tienden a ser juguetones, traviesos y dados a dar sustos, y su figura a veces también se ha empleado como advertencia de su funesta aparición para el niño que está acabando con la paciencia de sus padres. Los duendes, aunque tendamos a pensarlos dulces y amistosos, como seres elementales que son, pueden resultar perversos y dañinos. Están, en esencia, vinculados a la naturaleza, por lo que representan todos los aspectos de ésta, ya sea en su faceta benevolente o tempestiva. Carecen de un “yo” individualizado, lo que les impide distinguir, de la misma forma objetiva que hacemos los humanos, entre el bien y el mal (Callejo y Canales, 2018) aunque, a la par, pueden ayudar a la gente bondadosa y establecer amistad con un humano o perjudicar a quienes son malvados con ellos. Ya que, habitualmente, tanto en España como en otros lugares de Europa, a los duendes se les reconoce gracias a su predilección por determinadas casas (habitadas o no) y en las cuales suelen abundar los fenómenos extraños, estos pequeños seres han subsistido con el sambenito de su facilidad por acongojar a aquellos humanos que tienen el infortunio de experimentar los estragos de su presencia. De hecho, es común que se les asocie con demonios, geniecillos, trasgos o hasta ángeles caídos. Si bien no todas las familias de duendes pueden relacionarse con los asustadores, algunos individuos particulares, por sus excepcionales cualidades y una muy mala prensa a lo largo de los años, han llegado a ocupar un puesto bien merecido entre los miedos más escalofriantes, como es el caso del trol.

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