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IV
Una sociedad más abierta, global y participativa demanda nuevos perfiles de ciudadanos y trabajadores, más
sofisticados y diversificados, de igual manera que exige maneras alternativas de organización y gestión en las
que se primen la colaboración y el trabajo en equipo, así como propuestas capaces de asumir que la verdadera
fortaleza está en la mezcla de competencias y conocimientos diversos.
La educación es la clave de esta transformación mediante la formación de personas activas con autoconfianza,
curiosas, emprendedoras e innovadoras, deseosas de participar en la sociedad a la que pertenecen, de crear
valor individual y colectivo, capaces de asumir como propio el valor del equilibrio entre el esfuerzo y la
recompensa. El sistema educativo debe posibilitar tanto el aprendizaje de cosas distintas como la enseñanza de
manera diferente, para poder satisfacer a unos alumnos y alumnas, que han ido cambiando con la sociedad.
Las habilidades cognitivas, siendo imprescindibles, no son suficientes; es necesario adquirir desde edades
tempranas competencias transversales, como el pensamiento crítico, la gestión de la diversidad, la creatividad
o la capacidad de comunicar, y actitudes clave como la confianza individual, el entusiasmo, la constancia y la
aceptación del cambio. La educación inicial es cada vez más determinante por cuanto hoy en día el proceso de
aprendizaje no se termina en el sistema educativo, sino que se proyecta a lo largo de toda la vida de la persona.
Necesitamos propiciar las condiciones que permitan el oportuno cambio metodológico, de forma que el
alumnado
sea un elemento activo en el proceso de aprendizaje. Los
alumnos y alumnas
actuales han cambiado radicalmente
en relación con los de hace una generación. La globalización y el impacto de las nuevas tecnologías hacen que
sea distinta su manera de aprender, de comunicarse, de concentrar su atención o de abordar una tarea.
Se hace necesario generar la convicción de que el sistema educativo recompensa de manera transparente y
equitativa el rendimiento que se logre en los objetivos educativos, y que reconoce especialmente su
contribución a la mejora del entorno.
Prácticamente todos los países desarrollados se encuentran en la actualidad, o se han encontrado en los
últimos años, inmersos en procesos de transformación de sus sistemas educativos. Las transformaciones
sociales inherentes a un mundo más global, abierto e interconectado, como éste en el que vivimos, han hecho
recapacitar a los distintos países sobre la necesidad de cambios normativos y programáticos de mayor o menor
envergadura para adecuar sus sistemas educativos a las nuevas exigencias.
En el ámbito europeo podemos citar a Finlandia, Suecia, Alemania, Austria, Francia, Italia, Dinamarca, Polonia,
Hungría y Reino Unido como ejemplos de países cuyos sistemas educativos están en revisión. Fuera del ámbito
europeo Brasil, Singapur, Japón, China (Shanghai), Canadá (Ontario), República de Corea o EEUU también están
inmersos en procesos de mejora de la educación, con cambios regulatorios y planificaciones a medio y largo
plazo.
V
La finalización de un ciclo económico expansivo y sus inevitables consecuencias presupuestarias no pueden ser
una coartada para eludir las necesarias reformas de nuestro sistema educativo. El costo de no asumir estas
responsabilidades no sería otro que el de ver aumentar la exclusión social y el deterioro de la competitividad.
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