Resumen: El hombre actual se ha desligado completamente de las cuestiones tradicionales relacionadas con el significado de su propia existencia para centrarse en exclusiva en la satisfacción inmediata de sus necesidades, tal y como dicta el canon de la moderna sociedad de nuestros días. Esta pérdida de su innata y primordial capacidad sagrada para la comunicación hacia niveles superiores aún puede restaurarse gracias al empuje de una educación que asuma la intuición como medio válido de acercamiento al conocimiento espiritual.

 

Palabras clave: Intuición; Utopía; Metafísica; Tradición; Espiritualidad; Salud mental; Desarrollo personal; Neuroeducación.

 

Abstract: Present-day Humanity has disengaged itself from the traditional questions regarding the meaning of its true existence to centre exclusively on the immediate satisfaction of its needs, as dictated by the current situation in our society. This loss of its innate and primordial, sacred, ability to communicate with superior levels can still be restored thanks to the impulse of an education that takes on intuition as a valid mean of approaching spiritual knowledge.

 

Keywords: Intuition; Utopia; Metaphysics; Tradition; Spirituality; Mental health; Personal development; Neuroeducation.

LA INTUICIÓN COMO MECANISMO DE CONOCIMIENTO

Un mundo empobrecido, desprovisto de vitalidad y carente de significado; una forma de ser y estar sumida en una profunda crisis espiritual, abocada a la pérdida de lo transcendente en los abismos de la nueva era; y una sociedad que se balancea a merced de las corrientes del tiempo, formada por individuos considerados en su colectividad que han sido despojados de todo aquello que los hace únicos y libres. Este es el retrato de la vida que actualmente protagonizamos y que pone de manifiesto la gran masa de oscuridad a la que debemos hacer frente de inmediato si no queremos perder los últimos brillos que puedan quedarnos del reflejo de nuestra identidad.

La paradoja del progreso

Los grandes avances que hemos experimentado en las últimas décadas posicionan a nuestro tiempo como una época prodigiosa en la que la ciencia y la tecnología han sido capaces de aumentar el nivel y la calidad de nuestra vida. Hemos sido, somos y seremos, testigos de innumerables prodigios que facilitan nuestra existencia y nos ofrecen ayuda en diversos campos y actividades. Toda una serie de modificaciones en nuestro modo de vivir que, a su vez, han incidido fuertemente en nuestras costumbres y nos han equiparado al tiempo en que nos encontramos, convirtiéndonos en entidades eminentemente digitales. Entidades que priman la inmediatez y la velocidad en la transmisión de contenidos -exentos de cualquier utilidad, a la par que provocativamente absurdos-, a la maduración y reflexión de la información desde un punto de vista crítico encaminado al crecimiento personal y profesional.

La Intuición como Mecanismo de Conocimiento #CedRevistaDigitalDocente Clic para tuitear

Paralelo a este progreso, y de forma paradójica, los problemas personales de estos miembros de la aparentemente perfecta sociedad digital se acrecientan de manera tan silenciosa como alarmante. Cada vez son más los indicadores que apuntan al crítico estado en que la salud mental de una gran mayoría de la población se encuentra, en especial la adolescencia y juventud, colectivos donde dicho problema es más permeable debido, precisamente, a la actual cultura de la imagen, las nuevas tecnologías y la necesidad de mantener un contacto ininterrumpido con los medios y dispositivos digitales.

Se calcula que más del 13% de los adolescentes de entre 10 y 19 años padecen algún tipo de trastorno mental, siendo la ansiedad y la depresión dos de los problemas más habituales en la población joven, representando alrededor del 40% de los casos problemáticos de salud mental (CSME, 2022). Del mismo modo, estos problemas se han visto agravados de forma irremediable tras los últimos acontecimientos relativos a la situación sanitaria mundial de los dos años anteriores.

Toda esta situación de la, irónicamente idílica sociedad actual, viene originando un adormecimiento generalizado de las identidades individuales, las cuales se funden con el espectro de la generalidad que resta importancia al pleno desarrollo de la persona en su máxima exclusividad y autenticidad. Como si el propio bienestar no fuera merecedor de una atención plenamente consciente porque esa labor ya es gestionada y dirigida al grupo al que el sujeto independiente forma parte. Como si el crecimiento individual no reclamase la consideración que le corresponde para asegurar la supervivencia del colectivo de referencia.

La desmoralización de la modernidad

Junto a este panorama tan evolutivamente actualizado encontramos, además, una actitud superflua que, poco a poco, ha ido extendiéndose como una plaga hasta convertir a cada una de nuestras personalidades en amantes reaccionarios del materialismo desmedido, del placer capitalista y la satisfacción inmediata de deseos y caprichos, siempre enmarcados en el actual reino de la cantidad (Guénon, 1997). Lejos queda ya la contemplación, la introspección o la oración como sistemas de conexión con el aquí y el ahora; el hombre actual se ha convertido en una criatura del momento, que pretende buscar en esta vida el máximo gozo y desentenderse de la que vendrá, sin importarle cuestiones más trascendentales que sus propias necesidades, de modo que ha terminado por perder la significatividad individual de su propio ser y con ella, su capacidad sagrada para la comunicación con y en otros niveles que superan lo puramente terrenal.

Es esta modernidad lo que ha supuesto la llegada de un tipo de hombre y de sociedad que no había existido hasta el momento y que, construido de espaldas a las ideas de trascendencia, esencia o sobrenaturalidad, no será ya una continuación de los siglos anteriores, sino una antítesis de estos (Rodríguez, 2020).

Desde los albores de estos tiempos que corren se ha primado la apariencia a la realidad, la colectividad a la individualidad, y la diversidad a lo particular, tergiversando conceptos universales para emplearlos con fines propagandísticos ajustados a determinados propósitos políticos y económicos. Una mezcla de modas y cánones a los que pretender adaptarse que dan como resultado, lógica y rotundamente, una degradación hacia la unicidad del ser que ha perdido en este ciclo su verdadera esencia, al igual que las raíces que lo unen a los grados más superiores de la realidad metafísica.

Tal vez sea parte del lógico devenir de nuestro tiempo y del desenlace natural que se espera de todos los ciclos cósmicos: la lucha entre la luz y las sombras que debe resolverse con la victoria de las tinieblas para dar paso al nuevo despertar. Pero, paralelamente, es en esta primitiva batalla en donde encontrar el pilar de apoyo para el arranque de la consiguiente catarsis que deberá acontecer y es necesaria para alentar el nacimiento de un tiempo nuevo.

Reconexión con las verdades superiores

Durante estos últimos coletazos de la realidad tal y como la conocemos, preludio a un eminente resurgir, encontramos la posibilidad de emprender la nueva próxima etapa de la mejor forma posible, rompiendo con todo lo anterior que no ha hecho más que horadar el profundo significado de la existencia. Y el primer paso, que no se tendría que haber dejado de andar nunca, es reconectar al ser humano con la Verdad que se esconde bajo las puras apariencias y con el sentido último que tiene su vida, anhelando en última instancia el máximo despliegue del intelecto para favorecer conductas alejadas de la decadencia.

Se trata, en definitiva, de apostar por la recuperación de los valores ancestrales reconectando con la conciencia sagrada que un día tuvimos como seres primitivos, luchando contra esta última versión de nosotros mismos abocada a un estilo de vida completamente profano donde los aspectos mágicos, elementales o tradicionales parecen no tener cabida ni sentido. Aunque no es cuestión, en exclusiva, de optar por la reconexión con lo superior, ya que lo interior es el paso previo a todo lo demás, y la solución a buena parte de los conflictos, en consideración al aforismo “conócete a ti mismo”.

A colación de todo esto, cabría preguntarse por medio de qué procesos históricos y a consecuencia de qué modificaciones de comportamiento espiritual el hombre moderno ha desacralizado su mundo y asumido una existencia profana (Eliade, 2020).

No se trata del análisis de la simple y superficial dicotomía entre presencia o ausencia de religión, ni tan si quiera de la diferencia entre la creencia y la falta de ésta; se trata de algo más atávico y primordial y, por supuesto, de un pensamiento mucho más complejo que lo supera: hablamos del desprendimiento que los seres humanos hemos sufrido de nuestra riqueza primigenia, por pura evolución y gracias al arrastre que esta sociedad insípida ha ejercido, hasta desembocar en una presencia consustancialmente hierática.

De hecho, la capital importancia de estos asuntos ya fue considerada, en gran parte, desde las teorías y trabajos de Jung, que se focalizaron y tuvieron como uno de los propósitos fundamentales el rescate de la espiritualidad y lo sagrado en la profundidad de la psique humana. Así, su obra trata de ser una respuesta al problema de la muerte de Dios, bajo el prisma del renacimiento de la Imago Dei en el alma junto a la recuperación del símbolo (Nante, 2012), arquetipos que forman parte de la esencia misma del ser humano.

De manera poco sorprendente podemos decir que la educación es el camino mediante el cual podemos volver, de alguna forma, a los orígenes y recuperar la conexión innata que se da entre el hombre y aquello que realmente merece la pena, en contraposición a la postura, en nuestros días asumida por la mayoría, enfocada hacia los aspectos más superfluos de la contemporaneidad, alimentados y engrandecidos gracias a esta concepción -que parece casi implantada- de ser ciudadanos escépticos y vacíos, que hemos asumido como normal cuando en verdad dista mucho del origen de nuestra propia naturaleza.

Avances educativos errados

A propósito de las cuestiones educativas, podemos ver que las últimas disposiciones legales que han entrado en vigor en nuestro país, sumadas a las instancias provenientes de la Unión Europea, están forjando un camino que, en cierta medida, tiene su meta en una suerte de desarrollo competencial del alumnado, entendiéndolo desde una visión paidocéntrica, constructor de su propio aprendizaje, de modo opuesto a las concepciones tradicionalistas de la enseñanza que lo veían como un mero receptor de contenidos. Ahora, se pretende que los estudiantes adquieran un conjunto de capacidades, conocimientos y actitudes gracias a la exposición a situaciones de aprendizaje que han sido diseñadas por los profesionales educativos de manera estructurada y significativa a tales efectos.

Por otra parte, se forma a los alumnos bajo el objetivo de afrontar los principales retos y desafíos, tanto globales como locales del siglo XXI, a los que van a verse confrontados en el mundo real, al tiempo que puedan desarrollar un estilo de vida sostenible acorde con los Objetivos de Desarrollo Sostenible planteados en la Agenda 2030 (LOMLOE, 2020).

Esta educación competencial queda respaldada por las corrientes pedagógicas que vienen imperando desde mediados del siglo XIX y principios del XX, las cuales abogan por los principios del aprendizaje significativo y el constructivismo, así como por los pilares básicos de la educación permanente (Delors, 1996), sistemáticamente exprimidos desde entonces.

En última instancia, se pretende condimentar todo este planteamiento pedagógico desde una perspectiva inclusiva que tenga como referencia los principios del Diseño Universal para el Aprendizaje y abandere el tratamiento transversal de la educación emocional, la madurez personal, afectivo-sexual y social, y la igualdad efectiva de derechos y oportunidades de mujeres y hombres.

Del mismo modo que el avance tecnológico y digital de nuestros días es algo que de forma obvia ha mejorado multitud de dimensiones, pero, que desde la cordura ha de ser tenido en cuenta como una ayuda y un soporte, nunca como un modo propio de vivir (al contrario, justamente, de lo que se viene haciendo), las pretensiones educativas del gobierno de nuestro país y del resto de Estados europeos, si bien son acertadas en la medida en que priorizan el saber, el saber ser y el saber hacer, no son suficientes para coger las riendas sobre el problema que planteábamos al principio: lo desligado que está el individuo de sí mismo y las repercusiones que ello conlleva.

Si no se educa en una visión plena de uno mismo, aportando las herramientas necesarias de autoconocimiento con las que poder domeñar nuestro pensar, en los mismos términos de saber, sentir y ser, jamás podremos adaptarnos en colectividad, ni ser competentes, ni librarnos de dificultades emocionales de cualquier tipo. La conquista de uno mismo tiene que ser el abanderamiento de un mundo mejor, y está claro que ese estandarte tan sólo puede alzarse desde el terreno educativo. 

Lo verdaderamente inquietante es cuestionarse el porqué de no considerar estas premisas como punto de partida fundamental a otros tantos disturbios a los que parece ya nos hemos acostumbrado. Por qué la ciencia de la pedagogía no se pone al servicio de los grandes problemas que manifiestan, no los individuos de una determinada sociedad, sino las personas en su individualidad, para procurar el florecer de la espiritualidad personal e irradiarlo a los demás.

Educación para la utopía

La propuesta de una educación para la utopía a través de la intuición es, sin lugar a dudas, una de las vías de acción que pueden atajarse para comprometer al individuo consigo mismo y, por ende, con los demás, con su tiempo y con su época. Por tanto, hacer del alumno un ser consciente de sí mismo que entienda las características de la sociedad en la que está imbuido y sepa gestionar el influjo que sobre él tienen las emanaciones negativas propias de su tiempo.

La utopía ha de concebirse como aquello que no tiene lugar y, por lo tanto, está fuera del tiempo y del espacio para significar con seguridad un asunto imposible de realizar en este universo y relacionado con otro mundo, o sea, con una región más allá de estas dimensiones, un ámbito celeste y perfecto donde las cosas fueran en verdad y no signadas por las imperfecciones humanas (González, 2016).

Es así que esta utopía se entiende como algo sustancialmente interior, un espacio propio del alma humana, de modo que se piensa más allá que simplemente algo idílico o inalcanzable, ya que no es un posible, sino que es un hecho. Con la utopía no se identifican una serie de postulados que pueden ser aplicables si de otros modos se contase con mecanismos que los hicieran realidad; en verdad, puede ser empleada, desde el punto de vista educativo, como un medio de conocimiento interior.

Con la utopía se simbolizarían los estados superiores del alma en donde habitan las energías vivas del Universo, siendo un mundo que puede ser perfectamente conocido a través del despertar de la intuición (Valls, 2002).

Y es, precisamente, esta intuición, como un mecanismo intelectual, la que desde la educación se debe cultivar, fomentar y ejercitar, como medio indispensable de acercamiento a la realidad de uno mismo, junto a las verdades superiores, y alejar así a la persona de este tiempo del nihilismo imperante que de nada sirve y nada aporta.

Maticemos que esta intuición no es, en absoluto, esa facultad puramente sensitiva y vital que todo sujeto puede experimentar de manera espontánea y casi primitiva. Es, en efecto, una intuición intelectual y suprarracional de la cual los modernos parecen haber perdido hasta la simple noción, configurando esencialmente el conocimiento del corazón. Tal conocimiento es en sí mismo incomunicable, y es preciso haberlo realizado, por lo menos en cierta medida, para saber qué es verdaderamente (Guénon, 2014).

El cultivo de la intuición por encima de la razón

Innegable es que la intuición sea un arma poderosísima de acercamiento a conocimientos infinitamente más profundos. Culturalmente, y con más profusión desde las ciencias de la educación, se ha puesto un empeño superlativo en el despliegue de la razón como articulación mediante la cual acercarse a la realidad, de cualquier tipo, incidiendo así en un error de la lógica didáctica más elemental: pretender usar una misma metodología para fines muy distintos entre sí.

La razón es útil en tanto que pueda aplicarse a aquellos planos que se presten a ella, y así de útil ha de seguir siendo para que la formación desde la escuela otorgue el tratamiento de la misma como valor esencial. No obstante, como decimos, resulta en ocasiones un mecanismo inválido para adentrarse en dimensiones o niveles de conocimiento elevados. Para estos casos es preciso recurrir a la intuición como palanca intelectual que nos acerque a lo que está más allá de lo manifestado, pues es en lo metafísico donde se encriptan las claves que estamos persiguiendo en la formación de la conciencia espiritual como soporte de una humanidad más próspera; en definitiva, utópica.

La razón no siempre es efectiva, y eso es algo que de entrada cualquier docente puede determinar: no se le puede exigir a un alumno que se acerque de la misma forma a la resolución de un problema de química que a la comprensión del significado de una obra pictórica de corte abstracto. Cada medio de expresión y cada estadio de la realidad reclama un acercamiento propio, por lo que, en ocasiones, la razón no termina de llegar allí donde se le necesita.

Instruir en la intuición no es algo fácil, evidentemente, y no es objeto de estas líneas entrar en consideraciones más propias de otros campos tales como la filosofía perenne o la Tradición universal; más bien, es esbozar unas rápidas pinceladas sobre otros posibles modos de considerar el acto educativo desde un prisma pedagógico abierto a otros modos de ser para esta época marcada por crisis axiológicas casi permanentemente, tratando de reconectar al alumno con aquél hombre que en su día fue, preocupado y fascinado por elementos de más fuerza y potencia que las banalidades actuales.

La metafísica desde el prisma de la neurociencia

Como venimos recalcando, el rumbo que las políticas educativas están llevando en las últimas décadas se enfoca en demasía hacia la definición de las competencias a alcanzar al finalizar la enseñanza básica en términos de desempeño. Desempeños compuestos por un compendio de facultades que deben amoldarse a según qué circunstancias y en función de en qué tareas se apliquen para que sean útiles tanto en el contexto escolar como fuera de él, y que ponen el acento, siempre, en el medio o entorno en donde se mueva el alumno, más que en todo aquello que afecta al propio alumno en sí; porque éste debe estar preparado para resolver conflictos, enfrentarse a retos y solucionar problemas, sumido en un constante aprendizaje de carácter permanente y progresivo a lo largo de toda la vida. Sin embargo, en este cambio que ha experimentado la educación desde un prisma tradicional y estático hasta un punto de vista dinámico no ha tenido en cuenta el desarrollo personal del sujeto que aprende, máxima ahora de otra clase de arquetipos desde donde se está comenzando a contemplar el proceso de aprendizaje, como es el caso de la neuroeducación.

Ahora sabemos, gracias al avance del conocimiento científico que ha puesto de manifiesto cómo aprende el cerebro humano, que un determinado concepto es más fácil de asimilar si se conecta o genera determinadas emociones en el momento de aprenderlo (Morales, 2015), de tal manera que lo que mejor se aprende es aquello que se ama (Mora, 2013), evidenciando que la sorpresa es uno de los componentes que más y mejor ayudan al cerebro a aprender y, posteriormente, a recordar (Ballarini, 2017).

Estas evidencias científicas podrían ser respaldo más que suficiente para que, además de por todo lo comentado hasta este punto, se tuviera más en cuenta la dimensión sensitiva, emocional y espiritual de los estudiantes, siendo estos fundamentos el pilar en donde se debieran amparar las propuestas incluidas en los diseños curriculares de enseñanzas mínimas de nuestro país, y no en la ya tan manida educación en valores o las sobrevaloradas competencias emocionales, argumentos que responden más a la repetición del mismo discurso omnipresente en todos los ámbitos desde donde la política ejerce su influencia que a una verdadera comprensión de las implicaciones de los mismos.

En la misma línea de la neurodidáctica, desde donde se puede tomar partido para la reconexión con aprendizajes más fructuosos, encontramos para fundamentar estas conclusiones, como decíamos anteriormente, lo arquetípico de nuestro pensamiento, que es innato per se, haciendo resonar todos aquellos ecos y emanaciones que nos recuerdan quiénes somos en realidad, aunque las presiones de la sociedad desmitologizada por interés (Panikkar, 2010) nos hagan, inconscientemente, incapaces de religar todo lo que un día estuvo ligado en nuestro interior.

El ejercicio de la relajación, la meditación o la conciencia plena pueden ser grandes aliados para el entrenamiento educativo de, no ya solo la intuición como soporte a un acercamiento sacro de la realidad, sino para conseguir que el alumno, en cualquier nivel educativo, disponga de distintos métodos de reflexión y análisis sobre su medio circundante y, de manera más concisa y preponderante, sobre sí mismo, al tiempo que recupera procesos hermenéuticos y simbólicos en detrimento de tanto mecanicismo ideológico.

De igual forma, perseguir los estados de quietud en el alumnado en contraposición a la velocidad con la que la vida discurre hoy día; el abandono de las pasiones más propias de este siglo, como el consumismo o las redes, en virtud del silencio; y la práctica coherente para la identificación de ideas, pensamientos, deseos y turbaciones de uno mismo tendrían que ser los auténticos ejes transversales de los currículos de hoy día. Todo ello orientado a la preparación de ciudadanos despiertos ante el mundo y atentos a la eclosión que éste ha de experimentar, sabiendo que lo profano del hoy podemos transformarlo en lo sagrado del mañana.

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María José Román Muela
Diplomada en Magisterio de Educación Infantil y licenciada en Pedagogía, María José es la Directora de Formación de Campuseducacion.com y la encargada de la dirección pedagógica de Campus Educación Revista Digital Docente. Es editora de contenidos educativos en ITEC Desarrollos Digitales, S.L. e investigadora en grupos independientes sobre mitología comparada, Tradición, iniciación y estudio de las religiones.