Resumen: El síndrome del impostor es un patrón psicológico caracterizado, en primer lugar, por una tendencia a poner en duda las facultades propias, atribuyendo así los logros obtenidos a la suerte o a otros factores externos y, en segundo lugar, por el miedo constante a ser desenmascarado. Este artículo tratará, entre otros aspectos, de identificar los principales signos manifestados por las personas afectadas por esta problemática y la detección de sus consecuencias a corto y largo plazo. El objetivo principal es ofrecer recursos a los docentes para aliviar y potenciar la situación escolar de los alumnos que padecen este síndrome, además de detectar aquellos casos que puedan requerir intervención psicológica adicional.

 

Palabras clave: Síndrome del impostor; Autoestima; Autoconcepto; Ansiedad; Culpabilidad; Psicología de la educación; Intervención educativa; Alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo.

 

Abstract: Impostor syndrome is a psychological pattern characterised by a tendency to doubt one’s own abilities, attributing achievements to luck or other external factors, and by a constant fear of being exposed. The aim of this article is, among other things, to identify the main signs of this problem in people affected by it, and to recognise its consequences in the short and long term. The main objective is to provide teachers with resources to alleviate and improve the school situation of pupils suffering from this syndrome, as well as to identify those cases that may require additional psychological intervention.

 

Keywords: Imposter syndrome; Self-esteem; Self-concept; Anxiety; Guilt; Educational psychology; Educational intervention; Students with special educational needs.

SIGNOS DE LA PRESENCIA DEL SINDROME DEL IMPOSTOR EN ADOLESCENTES

Con miras a introducir el concepto de síndrome del impostor (SI), resultaría apropiado comenzar con una cita relativamente conocida acerca de las limitaciones del poder de la mentira: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Tradicionalmente atribuida a Abraham Lincoln, esta sentencia viene a decir que es viable mentir a un número importante de personas durante un breve lapso de tiempo y, por otra parte, que es factible igualmente embaucar a una cantidad más reducida de individuos durante un periodo más prolongado.

Signos Reveladores de la Presencia del Síndrome del Impostor en Adolescentes #CedRevistaDigitalDocente Clic para tuitear

Ahora bien, lo que no es sostenible, de ningún modo, es mantener una farsa como verdad para todos de manera permanente. Con lo cual, la moraleja es que, sí, efectivamente, un fraude puede funcionar, librando así a alguien de un apuro puntual, pero no funcionará siempre. La falsedad prologada suele entrañar problemas, más tarde o más temprano. Con respecto al tema central de este artículo, el SI, las personas perjudicadas por dicho síndrome mantienen un tipo de diálogo interior el cual se desarrolla, probablemente, siguiendo una secuencia de pensamiento similar a la que acaba de ser descrita.

Justificación

Con el propósito de evidenciar la necesidad de tratar este síndrome tan poco comprendido, sería oportuno dar respuesta a dos preguntas que van a hacer patente la alarmante prevalencia de este fenómeno en las aulas: ¿Existen alumnos que atribuyen sus sumamente buenos resultados académicos a la suerte, negando así cualquier tipo de conexión entre su trabajo diario y sus excelentes notas? ¿Existen alumnos que creen que sus profesores y las personas de su entorno cercano les consideran bastante más inteligentes de lo que en realidad son? Posiblemente, ambas preguntas serían respondidas con un rotundo e inmediato “sí” por parte de todo docente.

En líneas generales, resulta bastante frecuente escuchar a los alumnos pronunciar frases similares a las siguientes: ¡“Qué suerte he tenido!”; “Siempre llevo esto conmigo porque me da buena suerte en exámenes”; “El profesor que daba la asignatura ese año era muy simpático por eso me fue bien”; o “He tenido suerte con él porque es buena gente, porque sin él, mal me habría ido”. Y no es de extrañar, en la medida que un 70% de la población cuestionará, al menos una vez en su vida, la legitimidad de su estatus o posición actual (Clance, 1992).

Estado de la cuestión

Si bien se trata de una cuestión de investigación recurrente desde su instauración en el campo de la psicología a finales de los años setenta, el SI no es juzgado como un trastorno mental. Durante un periodo significativo de tiempo, fue estimado como un rasgo de la personalidad profundamente arraigado en la conciencia humana. Ahora bien, esta hipótesis ha sido desacreditada. A pesar de que ciertas personas sean más susceptibles, dado que experimentan este síndrome de manera más intensa, no existen pruebas suficientemente sólidas que permitan definirlo como un rasgo de la personalidad (McElween y Yurak, 2010).

Hoy por hoy, el SI es estudiado como una reacción a ciertos eventos y dicha respuesta es conducente a la manifestación de las sensaciones que tanto tipifican este síndrome (Maqsood et al., 2018). Asimismo, el SI no ha sido incluido todavía en el MDE, El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (en inglés, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders o DSM). Este manual, establecido y editado regularmente por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, es frecuentemente considerado como el sistema de clasificación de los trastornos mentales con más relevancia del mundo. Sin embargo, cabe mencionar que, aún sin aparecer en dicho manual, la mayor parte de psicólogos y expertos reconocen que se trata de una forma muy real y especifica de “auto-duda”, acompañada comúnmente de ansiedad y de depresión (Weir, 2013),

En cuanto al advenimiento de este fenómeno en el dominio de la psicología, la expresión “fenómeno del impostor” fue acuñada por primera vez por Pauline Rose Clance y Suzanne Ament Imes, dos psicólogas clínicas, con su célebre artículo de 1978, el cual sentó verdaderamente un precedente. Pese a su increíble labor fundadora, el problema de dicho artículo es que estaba única y exclusivamente centrado en los efectos de este patrón de conducta en un grupo de población concreto, high-achieving women, algo comúnmente traducido al español como “mujeres de éxito”. En definitiva, debido a este primer estudio, es una problemática típicamente asociada a mujeres, más concretamente, a mujeres que han completado todos sus estudios y ocupan puestos notables en diversos campos. Por lo cual, el margen de maniobra en lo relativo al SI fue fuertemente reducido desde su misma aparición. Afortunadamente, en los últimos años, múltiples estudios han prestado atención a colectivos más jóvenes, constituidos tanto por mujeres como por hombres, habida cuenta de que todo apunta a que esta pauta de comportamiento comienza a manifestarse a edades tempranas y no solo afecta a mujeres.

Definición del concepto «síndrome del impostor»

En lo relativo a una definición más clínica del SI, se refiere a una problemática recurrente entre personas exitosas. En contextos escolares, podría hablarse de alumnos de alto rendimiento, incapaces de aceptar e interiorizar su propio éxito (Weir, 2013), puesto que, según estos sujetos, su éxito, esos buenos resultados académicos, son fruto del azar y, un día, más tarde o más temprano, su incompetencia será expuesta a todos (Busch y Lucas, 2017, p. 1). Es más, incluso una lista catalogando los innumerables logros de una persona, logros capaces de mostrar sólidamente una prueba objetiva de la extraordinaria eficacia de esta persona no surtirá el menor efecto en la sensación de impostura en dicha persona (Clance y Imes, 1978).

Paralelamente, el SI está íntimamente vinculado al término “confianza”. Este sustantivo es definido por la RAE, en sus dos primeras acepciones, como la “esperanza firme que se tiene de alguien o algo” y como la “seguridad que alguien tiene en sí mismo.” En psicología, la definición es cercana, visto que esta ciencia subraya que una persona tiene confianza cuando posee dos criterios: la sensación de ser capaz de alcanzar el objetivo que dicha persona ha establecido previamente y la creencia sincera en sus capacidades, talentos y eficacia (Cadoche y de Montarlot, 2021).

De la misma forma, el SI se encuentra indisolublemente unido a la noción de “duda”. Dudar de uno mismo es un sentimiento legítimo, intrínsicamente humano, que no indicará, en ningún caso, que un alumno es víctima del SI. Por lo tanto, la verdadera tarea sería, más bien, la de establecer el grado de intensidad de dicha duda (Chassangre, y Callahan, 2016). Dicho de otro modo, se trataría de situar la frontera entre un proceso de introspección llevado a cabo por el propio alumno, en el cual sus propias equivocaciones son analizadas de manera racional y un enjuiciamiento el que el alumno critica de manera excesivamente negativa todos y cada uno de sus errores.

Signos reveladores

En relación con los indicios más ordinarios y ostensibles en referencia al SI que serán brevemente detallados a continuación, conviene recalcar que, a diferencia de otros patrones de conducta en los que los sujetos perjudicados no tienen por qué manifestar todos los signos típicos, sino solo un porcentaje determinado de estos, la sintomatología que caracteriza al SI difiere en este sentido y, por ello, las susodichos “impostores” exhibirán virtualmente todos y cada una de estas señales. En parte, esto es debido al hecho de que todas estas evidencias constituyen un verdadero ciclo, es decir, un signo dependerá del anterior y así sucesivamente. En verdad, los expertos suelen hacer alusión a un “círculo vicioso del impostor” para calificar estas manifestaciones en su conjunto.

Accesoriamente, cabe advertir que más indicios podrían, naturalmente, ser incluidos, pero es preferible establecer un listado conciso con las manifestaciones más convencionales y distinguibles.

  • “Factor suerte”. Los llamados “impostores” no atribuirán sus buenos resultados a sus aptitudes, sino a la suerte (Rao, 2019) o a factores externos como el hecho de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, en vez de achacarlo a factores internos como su inteligencia, su consistente ética de trabajo o sus capacidades organizativas (Sims, 2017).
  • Rechazo de elogios. No se sienten cómodos a la hora de recibir halagos, puesto que no creen merecerlos. En realidad, tienden, en el mejor de los casos, a considerar que esas felicitaciones son formuladas para reconfortarles por su flagrante y penosa ineficacia. En el peor de los casos, pueden llegar al extremo de interpretar esos cumplidos como una muestra de completo desprecio expresada por su entorno con el único propósito de humillarles.
  • Autodenigración. No solo no aceptan sus errores, sino que cuando sus equivocaciones son conocidas por su entorno, un sentimiento de vergüenza y humillación les invaden. Independientemente del hecho de que los susodichos “impostores” sean individuos brillantes, asombrosamente trabajadores, además de ser amados y respetados, en términos generales, por todos, van a recordar y centrarse por desgracia, en ese 1% de error presente en su trabajo y, por ese motivo, se olvidarán del 99% restante, el cual constituye un trabajo de una calidad excelente. Consecuentemente, después de haber cometido algún error ínfimo, su baja autoestima les empujará a la autoflagelación durante días, semanas, incluso años, mientras que una persona con unos niveles óptimos de autoestima no tendría en cuenta dicho error (Clance, 1985).
  • Miedo al fracaso. Según Kevin Chassangre, doctor en psicología y gran experto en la cuestión, una derrota es, sin duda, la mayor de preocupaciones para los supuestos “impostores” (Chassangre, 2020). De hecho, la manifestación del miedo al fracaso en las personas afectadas por el SI es tan palpable que se encuentra, de alguna manera, al origen de la expresión “síndrome del impostor”, en la medida que establece una autentica metáfora. El presunto “impostor” es el actor con una máscara que cree que no está a la altura del Consiguientemente, es un actor que alberga sistemáticamente en él un miedo irracional a ser desenmascarado y juzgado como un fraude intelectual (Rao, 2019) y, por ello, cree que tiene que seguir interpretando. Desde un punto de vista racional, aparte de práctico, el fracaso debe ser contemplado como una fuente de aprendizaje y desarrollo personal. Pese a esto, para los llamados “impostores”, es la prueba más inequívoca de su impresión de fingimiento, en otras palabras, la derrota representa el hecho que expone su palpable ineptitud a la luz pública.
  • Búsqueda de validación. Por añadidura, aspiran constantemente a lograr la aprobación de las personas de su entorno, en el caso de alumnos, se trataría de profesores, compañeros y padres, pese a que, luego, irónicamente, no sean capaces de aceptar los elogios, tal y como ha sido explicado anteriormente.
  • Sobreesfuerzo. Con el propósito de triunfar, se exigen una capacidad de trabajo escasamente realista. De ahí que su ritmo de trabajo es frenético y termina generando inexorablemente unos elevados índices de ansiedad. De hecho, se les suele designar erróneamente con el término “perfeccionistas”. Una vez alcanzado el éxito, asocian dicho éxito a la ansiedad que han padecido para lograrlo, llegando a desarrollar una serie de supersticiones (Weir, 2013) dentro de su rutina de trabajo. A decir verdad, el ritmo de trabajo excesivo es el primero de los tres mecanismos que suelen aplicar para hacer frente a la ansiedad provocada por una nueva tarea o actividad que debe ser ejecutada. Los otros dos son: la procrastinación y el autosabotaje. Dependiendo del grado de percepción de engaño de los supuestos “impostores” frente a la tarea o actividad en cuestión, estos escogerán uno de los tres mecanismos, pudiendo también
  • Procrastinación. En referencia a la procrastinación, puede darse el caso que la tarea a la cual el presunto “impostor” debe enfrentarse sea de tal envergadura que se vea abrumado y de ahí que decida posponerla, y así, consigue olvidarse de la ansiedad causada por dicha tarea durante un breve periodo de tiempo.
  • Autosabotaje. Con respecto al autosabotaje, a diferencia de los otros dos mecanismos, ya no es el miedo al fracaso el elemento desencadenante, sino el miedo al éxito. Aunque resulte difícil de creer, algunos de los llamados “impostores” pueden llegar a ponerse ellos mismo obstáculos para Por ejemplo, cuando un alumno deja partes de un examen en blanco, aun habiendo tiempo de sobra para responder y sabiendo que el alumno en cuestión habría realizado un gran ejercicio o cuando un alumno llega tarde a un examen, siendo un alumno muy puntual y habiendo insistido, en clases previas, en la importancia de la puntualidad en lo que respecta la realización de exámenes.
  • Comparación. Viven en un estado de constante comparación con todo el mundo, en todos los ámbitos de su Cuando logran algo, tienen la costumbre de decirse que tal persona habría logrado lo mismo, pero sin esfuerzo, ya que dicha persona es más capaz que ellos. Por tanto, no se trata de una simple comparación, lo que hacen realmente es juzgarse muy negativamente y con poca o ninguna objetividad.
  • Culpa. Tras realizar un gran esfuerzo, es altamente probable que alcancen el éxito. Aun así, debe observarse que su tendencia natural a describirse como la absoluta encarnación de la incompetencia humana, totalmente dependiente del factor suerte, les impide categóricamente acoger honradamente los frutos de su En efecto, ese éxito se convertirá en culpa y, así pues, se sentirán como verdaderos fraudes por ser ensalzados y situados al mismo nivel de esas personas las cuales ellos sí consideran verdaderamente competentes.

Por consiguiente, todo esto erige una gran paradoja: acaban por abordar la tarea o actividad en cuestión, de una manera u otra, y cuando alcanzan el éxito, no lo acogen como suyo, no lo estiman como el fruto de su trabajo, sino que lo atribuyen al mero azar, y de este modo, lo rechazan, en la medida en que de que no creen ser dignos para otorgárselo.

Sin embargo, esto incita a la gente de su entorno a felicitarles. Tras recibir todos esos elogios bien intencionados por algo que, según su criterio, no les pertenece, un sentimiento de culpa se instala irremediablemente en su interior. Esta percepción de engaño refuerza su necesidad de trabajar aún más. Con el tiempo, el fruto de este nuevo esfuerzo frente a una nueva tarea les aportará los correspondientes logros, los cuales tampoco serán aceptados y, de esta forma, se establece el eterno círculo vicioso ya mencionado.

Causas

Indiscutiblemente, otro de los factores que hay que tener en cuenta, con referencia al SI, es su carácter sorprendentemente heterogéneo y complejo, en vista de que sus orígenes o causas son diversas (Chassangre, 2016). Grosso modo, expertos en la cuestión han esbozado un escenario, que se desarrolla en contextos tanto familiares como escolares, cuyo inicio siempre se sitúa en la más tierna infancia y que puede presumiblemente activar la impresión de fingimiento en la adolescencia temprana.

En lo que concierne al ámbito familiar, todo ser humano debe entablar, prácticamente desde su nacimiento, un largo proceso de separación y de individualización. Por un lado, la noción de “separación”, hace referencia al hecho de reconocerse como un ser distinto del resto de sujetos y, por otro lado, la idea de “individualización”, concreta la operación a través de la cual el ser humano construye paulatinamente una serie de rasgos propios que le confieren su singularidad en un medio en el que existen otros sujetos dotados a su vez de peculiaridades (Lemay, 1994).

Ahora bien, con el fin de completar este desarrollo de manera óptima, el ser humano debe paralelamente recibir, al mismo tiempo, la cantidad de atención y cuidado justa y necesaria. En resumidas cuentas, este difícil equilibrio se materializa gracias a una armoniosa fusión entre dos factores, cuidado y separación, efectuada por un grupo de adultos mentalmente estables, dotados con la habilidad amar profundamente al sujeto en cuestión sin llegar a sumergirle en estímulos imposibles a asimilar y sin darle la oportunidad de experimentar periodos de ausencia.

Dichos periodos de ausencia son indispensables para establecerse como ser independiente. Cuando se produce un desequilibrio entre estos dos complejos factores que entran aquí en juego, el individuo involucrado se verá, o bien abandonado, o bien abrumado por su entorno. Sea como fuere, no vera en él las capacidades que ve en sus semejantes para desenvolverse solo. Esta falta de creencia es sus destrezas obstaculiza generalmente la integración escolar y el estatus de “malo” o “incapaz” acentúan la alteración de la autoestima (Lemay, 1994).

Por lo que se refiere al marco escolar, un concepto clave es la “aceptación en el grupo de pares” (peer acceptance), esto es, el grado en el que un niño o adolescente es aceptado socialmente por sus compañeros. Cuando un individuo tiene una autoestima extremadamente baja, no importa lo que haga, jamás se sentirá parte del grupo. No obstante, no se trata de una nueva problemática, sino que, con la irrupción de las redes sociales en la sociedad actual, este fenómeno ha aumentado considerablemente y es más palpable que nunca. La infancia y la adolescencia constituyen etapas en las que el ser humano comienza a evaluar con plena consciencia los contrastes existentes entre la imagen que proyecta hacia el exterior y la verdadera opinión que tiene acerca de él mismo. En consecuencia, los niños y adolescentes en la actualidad se ven obligados a crear una identidad perfecta en las redes sociales. Y esto último ha añadido un grado extra al ya extremadamente complejo proceso de construcción de la identidad en la adolescencia, habida cuenta de que los perfiles virtuales no suelen representar a una persona tal y como ella se percibe (Ehmke, 2018).

Consecuencias

En lo concerniente a las repercusiones a corto plazo, la ansiedad será claramente la principal y más inmediata de todas las consecuencias concebibles. A pesar de todo, hay que destacar que, en tal sentido, no se debería hablar de un tipo de ansiedad primaria o pura. La ansiedad en su forma más primitiva surge como una forma de autodefensa frente a una potencial amenaza para la vida o la integridad física del individuo.

En cambio, en la época actual, la ansiedad se ha transformado en una emoción subjetiva que depende de las propias percepciones, creencias y, sobre todo, del miedo al fracaso. Así pues, con vistas a establecer el concepto con más precisión, se debe hacer referencia a la expresión “ansiedad de rendimiento” (Langlois, 2018).

A propósito del impacto a largo plazo del SI, este sentimiento de impotencia empuja a las personas afectadas a demostrar menos perseverancia frente a los obstáculos, a desvincularse de sus periplos educativos e incluso, a escoger estudios y carreras significativamente inferiores a las capacidades intelectuales que manifiestan duchas personas (Chayer, 2018). Es más, ya en contextos universitarios, existe una nítida asociación entre esta percepción de engaño y el preocupantemente elevado número de casos de burnout y suicidios en campus estadounidenses (Maqsood et al., 2018).

Aplicación docente

Antes de pretender prestar apoyo a los susodichos “impostores”, se debe resaltar que la verdadera dificultad reside en la adopción de nuevas creencias, en tanto que estas entrarían en contradicción directa con las antiguas convicciones, frecuentemente concebidas y establecidas en la infancia (Chassangre y Callahan, 2017). De esta manera, conviene percatarse de que, para restructurar un caso de SI, no es posible establecer fases o fechas, sino simplemente vivir el día a día de la mejor manera posible. No solo porque se trata de alumnos extremadamente exigentes con ellos mismos, sino porque el SI tiende a manifestarse en diferentes momentos de la vida.

Según los resultados obtenidos en varios proyectos piloto, las técnicas de role-playing y el simple hecho de compartir con el resto de los compañeros las experiencias propias de impostura ayudan a mitigar la angustia producida por el SI (Lee et al., 2020). Por ese motivo, durante las horas de tutoría, sería pertinente organizar charlas y debates en los que los alumnos podrían escribir sus preocupaciones para exponerlas posteriormente, en público, y recibir consejos por parte de los compañeros.

Asimismo, en relación con las técnicas de simulacro, resultaría constructivo, además de estimulante, representar situaciones o escenas concretas de la vida real, en las que cada alumno encarnaría un papel concreto. Con ello, las conclusiones extraídas de estas dramatizaciones serían mucho más enriquecedoras. Con el fin de aprovechar cada instante, resultaría oportuno que el tutor o profesor centrara las actividades en torno a diez ideas fundamentales:

  • Ruptura con el mito de la perfección. La noción de “perfección” para los alumnos suele convertirse en un pretexto que utilizan para no hacer nada. Los alumnos tienden a pensar que, la perfección es el único objetivo, pero, al mismo tiempo, consideran que la perfección no es alcanzable. Consecuentemente, la conclusión que extraen es que no merece la pena ni intentarlo. Por ello, será esencial promover la idea de que la vida consiste en dar lo mejor de sí mismo sin pretender acceder a la perfección.
  • Fin de las supersticiones. Como ya se ha descrito previamente, los supuestos “impostores” tienden a crear supersticiones desde la infancia y, ya en la adolescencia, dichas supersticiones están firmemente asentadas entre sus creencias más Para avanzar, será vital acabar con las viejas convicciones.
  • Reconocimiento de las habilidades únicas de cada uno. Será imprescindible, primero, identificar los aspectos positivos de cada alumno y, segundo, subrayar la importancia del desarrollo de cada uno de esos aspectos para conseguir aumentar la autoestima de los alumnos.
  • Apreciación de los logros ya obtenidos. Es indispensable echar la vista atrás y ver lo que se ha logrado ya, y, por ende, los alumnos ven que han alcanzado ya objetivos por los que deberían sentirse orgullosos de ellos Esto dará fuerzas a los alumnos para continuar superándose.
  • Evitación de toda forma de comparación con el resto. En este sentido, se fomentará solo la comparación con el “yo” del pasado, conectando así esta idea con el principio anterior, el número cuatro.
  • Normalización de la sensación de impostura. Los alumnos deben tomar conciencia de que el SI es un fenómeno frecuente, al cual la mayor parte de la población se ve sometida en algún momento de la vida, incluso las celebridades que tanto admiran.
  • Correcta recepción de elogios. Posiblemente, este es el objetivo más difícil de alcanzar cuando se tiene un alumnado impactado por el SI. Sin embargo, ser capaz de aceptar felicitaciones con humildad y agrado representa, sin lugar a dudas, la prueba más nítida de la existencia de unos niveles óptimos de autoestima en un alumno.
  • Definición de un equilibrio. Será vital inculcar la idea de que es primordial establecer rutinas de estudio productivas, y eso dependerá de las necesidades de cada El objetivo es evitar casos de sobreesfuerzo o, su contrario, de procastinación.
  • Relativización del fracaso. Implica inevitablemente la aceptación del fracaso y los errores como elementos ineluctables dentro del proceso de aprendizaje que constituye la vida.
  • Fomento de actividades nuevas. La confianza de un alumno aumenta cuando se atreve a hacer cosas nuevas, distintas a las que está Dicho de otro modo, será imprescindible fomentar la salida de la famosa “zona de confort”.

Con el paso del tiempo, quizá haya alumnos que exhiban una percepción de engaño demasiada sólida. En esos casos, será indispensable hablar con los tutores legales y recomendarles la ayuda ofrecida por el departamento de orientación del centro.

Conclusión

Considerándolo todo, queda de manifiesto, en primer lugar, que este fenómeno está tan ampliamente extendido en la sociedad actual que pasa sustancialmente inadvertido y, es gracias a eso, gracias a su carácter insidioso, que se ha convertido en una problemática tan persistente. En consecuencia, cuando no se ha leído nada ni se conoce nada sobre el SI, la gente no es capaz de percibir las nefastas consecuencias que dicho síndrome acarrea a largo plazo en los presuntos “impostores”.

En segundo lugar, es innegable que el SI es un tema que goza de amplia popularidad hoy en día, en términos de investigación. Empero, se debe precisar que la mayor parte de la literatura es de tipo divulgativo y se centra en describirlo de manera general y en proporcionar consejos aún más genéricos. En cambio, la literatura especializada, capaz de proporcionar pruebas científicas con las que establecer tratamientos viables, es gravemente escasa. Por consiguiente, cuando los profesionales de la salud mental se ven en la tesitura de tratar casos de SI, no tienen un protocolo a seguir. Con toda seguridad, se centrarán en aliviar la ansiedad o la depresión manifestadas el por paciente afectado por el SI gracias a ciertos tratamientos, ya que, contra estos dos trastornos, depresión y ansiedad, sí que existen tratamientos basados en experiencias previas (Bravata et al., 2020)

En tercer lugar, los llamados “impostores” muestran una serie de comportamientos, como, por ejemplo, el miedo al fracaso o el sobreesfuerzo, los cuales han sido esbozados con anterioridad en el presente trabajo, que suponen un verdadero círculo vicioso. Un verdadero ciclo que, aun siendo increíblemente pernicioso, termina por establecerse como su rutina diaria.

En cuarto lugar, es especialmente arduo establecer la génesis de este fenómeno sin conocer bien el caso del individuo en cuestión. En cualquier caso, se puede decir, con toda firmeza, que el origen se encuentra en algún tipo de relación disfuncional en la infancia, ya sea en contextos escolares o familiares.

En quinto lugar, conviene aclarar que la consecuencia directa de esta conducta es la ansiedad que puede conducir al sujeto impactado a desarrollar otros problemas mentales más severos como la ansiedad, la depresión o, incluso, los pensamientos suicidas. No obstante, debe señalarse que los efectos de la ansiedad tienden a ser infravalorados, cuando, a decir verdad, la ansiedad soportada a largo plazo acarrea efectos altamente dañinos.

Finalmente, es indudable que tomar conciencia de la situación es el primer paso para superarlo. Después, será pertinente, establecer cuáles son las conductas nocivas y cuál es el paso que debe ser implementado para eliminar estos comportamientos tóxicos y substituirlos por nuevas pautas más adecuadas. Sin prejuicio de lo anterior, hay que tener en cuenta que se trata de creencias fuertemente ancladas y la impredecibilidad de la vida es tal que es considerablemente fácil caer en viejos comportamientos. Por lo cual, queda así patente que el tratamiento del SI es una carrera de fondo, que requiere grandes dosis de paciencia, tanto por parte del propio afectado, el alumno, como por las personas del entorno más cercano, familias y profesores.

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Gabriela Guía Cereceda
Graduada en Estudios Ingleses y Máster en Formación del Profesorado, en la especialidad de Inglés, Gabriela es profesora de este idioma en el IES Mateo Práxedes Sagasta (Logroño).